El mandato implacable del pensamiento único

 Fotografía: "Més enllà de les pedres", Salva Artesero.

Hasta los hombres y mujeres más próximos, afables y aun razonables, dan síntomas de rigidez beligerante cuando asumen el mandato implacable de pensar sin tregua en una sola cosa. El martilleo porfiado de la idea obligatoria, una vez absorbida por la mente y el hígado, los va enajenando y les cierra los ojos a la multiplicidad maravillosa que se despliega a su alrededor. Cuando otro ser humano, sensible o resistente, percibe la magnitud del universo y trata de comunicársela, ellos mismos le tapan la boca con la indiferencia o el estigma. El pensamiento único o unidimensional combate todo atisbo de la inmensidad de la realidad, porque ésta deja en evidencia y al instante su rotunda pequeñez.

Hay un tiempo natural para cada cosa, y hay un tiempo programado de manera interesada para que cada cosa reciba la atención que otros han juzgado conveniente. No me refiero sólo a compartir y defender una opinión colectiva compacta, sino en última instancia a entrar al trapo del tema que la agenda social ha marcado como ineludible. 

Quien rechaza incubar y alimentar la idea imperativa, quien no sucumbe a la dominación del discurso dominante, quien se hace cargo de su propia mirada, su razonamiento, sus palabras y sus actos, es tenido bien por paria o bien por rémora. Prefiero considerarlo disidente.

He aquí un llamamiento utópico a la disidencia: cultivemos el pensamiento múltiple. Miremos más allá del horizonte artificial. No le insuflemos nuestra vida y nuestras fuerzas a cuestiones impuestas prestándoles una importancia exacerbada de la que carecen. Desconfiemos de voceros y monolitos: todos los emperadores van desnudos. Abracemos la complejidad inabarcable y las contradicciones aparentes. Dejémonos de dogmas. Pensemos. De verdad y sin pereza. Por nuestros propios medios.

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