Adonde no se puede llegar

Las distancias más largas no son las geográficas, ni aun las astronómicas. Metros, millas, años luz y pársecs resultan asequibles física o intelectualmente cuando se cuenta con la imaginación, la habilidad y la persistencia para recorrerlos. Cuesta concebir una distancia territorial o galáctica que no sea susceptible de acabar sucumbiendo a la exploración ‒a la incursión real o al acercamiento mediante el conocimiento‒ en cosa de días, siglos o eras.

Las distancias más largas son inmateriales: median entre individuos o grupos humanos que no comparten nada entre sí, conjuntos disjuntos sin posibilidad matemática de intersección. 




En lo social, los separan odios inveterados de ardua disolución que exigen una determinación y un esfuerzo mucho mayores de los que nadie podría sostener por sí solo. La pescadilla que se muerde la cola: para arrumbar ese rechazo mutuo haría falta arrimar juntos el hombro y ¿quién será el primero en aceptar apoyarse tan decididamente en un contrario? 

En lo personal, los separa más bien una proximidad antigua, envenenada por años, errores o accidentes. Si queda algún rescoldo de afinidad o de potencial cercanía, irá extinguiéndose poco a poco debajo de la montaña de cenizas.

Las distancias más largas son las que no podemos acortar, las que nos alejan de lo inaccesible, el intervalo entre nosotros mismos y ese lugar adonde no se puede llegar.


Comentarios

  1. Dos no se acercan si uno no quiere.

    Gracias, Pepa, por seguir escribieno.

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  2. Gracias a usted, Mr. Away, por seguir acercándose.

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