Lo que en el fondo sabemos
Parió la vecina y su hijo nació feo. Los padres tampoco eran reyes de la belleza, pero el niño había quedado surcado de repliegues en un embarazo fuera de cuentas y amoratado tras un alumbramiento que duró cinco días. A su regreso de la maternidad, exhausta la madre y envuelto en faldones, mantillas y cobijas blancas el bebé, el barrio entero se arremolinó en torno a ellos en un corro de bienvenida. “¡Qué guapo, qué lindo, qué cosita más rica!”, se decían entre sí y a la madre, y hasta al crío –como si él no supiese lo feo que era–. Asistí al espectáculo con mis propios ojos atónitos y apenas seis años, enredada entre delantales y pantalones. Oí en mi interior la voz nítida y desapasionada de las revelaciones: “Los adultos mienten”.
* * *
Llegaron unos parientes lejanos a pasar unos días –quizá un par de semanas– en nuestra casa, hasta
que superaran un inconveniente financiero que los había sacado de la suya. Los
hijos lloraban antes de dormirse y la madre suspiraba muchas veces. El padre
mantenía una calma serena, inquebrantable: la situación se compondría en cualquier momento. A la hora de comer, el hombre nos agradeció la
hospitalidad y anunció que tenían previsto partir al día siguiente. “Esta noche
nos tocará la lotería”, aclaró con total seriedad. Con trece años y la cuchara
de sopa en la boca, oí de nuevo esa misma voz: “Las personas se mienten”.
* * *
Ahora
escribo. Para hacerlo, observo y escucho. Los adultos mienten. Las personas se
mienten. Pero al lápiz que se desliza por la página no lo propulsan aquellas
revelaciones infantiles. La voz que oigo ahora, ya cerrando la treintena,
repite cristalina: “En el fondo, hombres y mujeres sabemos la verdad”.
Ah, la mentira, esa cualidad indivisible del ser humano. Y todos los recién nacidos son feos de la hostia y no se parecen a nadie.
ResponderEliminarQuerido Cabrónidas:
EliminarAunque yo no llevaría tan lejos ni una cosa ni la otra (no creo que todo humano mienta, ni que todo bebé horrorice), lo cierto es que tenemos tendencia a hacerlo.
Reciba un abrazo y no mienta mucho.