¡Sed bienvenidos, lectores y lectoras!

Vuestra presencia, pasajera o frecuente, constituye una prueba palpable y definitiva. ¿De qué? A fin de responderos con exactitud, decidme: ¿qué os trajo a Las uñas negras? 

Si fue un motor de búsqueda, y lo que le pedisteis nada tenía que ver con lo que aquí encontrasteis, vuestra visita prueba la existencia incontrovertible del azar, ese torpe telefonista que conecta con clavijas ligeras realidades remotas. 

Si seguisteis el enlace que Pepa os proponía en cualquier red social, vuestra llegada prueba el interés –afectuoso o malsano– que os despierta lo que vaya a deciros esta vez. 

Si otra persona os recomendó este blog literario, esa será la prueba fehaciente de que hay todavía quienes gustan de compartir hallazgos y lecturas.


Y si, contra todo pronóstico, habéis aceptado la invitación que recibisteis en un pequeño sobre marrón, de esos que se usaban para entregar el salario a los trabajadores –billetitos y monedas contados hasta el último céntimo cuando aún quedaban trabajadores y salarios–, en ese caso vuestro arribo probará dos extremos: que el servicio público de correo funciona y que la santa patrona de la curiosidad os la ha conservado en el ajetreo feliz y la abundancia, en el trajín angustiado y la escasez. Ambas cuestiones se me antojan milagrosas. ¡Sed, pues, doblemente bienvenidos! 

Sea cual fuere el camino que os condujo hasta aquí, sentaos a leer. ¡Leed todos y todas! ¡Esta ronda la paga Pepa!

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