Ignoren las molestias

El tradicional mensaje “Disculpen las molestias”, que solía leerse en carteles impresos o en rótulos caseros y que rogaba al lector comprensión y paciencia con los perjuicios inevitables y temporales que se le ocasionaban, será pronto anacrónico. De momento, se ha convertido en una impostura y este hecho constituye el primer paso imparable hacia su desaparición. Ahora, cuando uno se topa con un “Disculpen las molestias” sabe a ciencia cierta que el suplicio que se le inflige no despierta el menor remordimiento en quienes se lo provocan. La fórmula de cortesía miente, así que no consuela sino que enfurece. 


El interés por el hombre o la mujer sin rostro, por el hombre o la mujer que caminan a nuestro lado en las calles y cuyo nombre desconocemos, por el hombre o la mujer anónimos de quienes no esperamos sacar ningún provecho, parece en franco proceso de extinción. La ignorancia mutua nos lleva a abrirnos paso unos a través del avance compacto de los otros como lo haríamos a través de nubes de insectos molestísimos aunque, ojalá lo sean, inofensivos.

A base de no vernos entre nosotros, todos hemos ido empequeñeciendo. Ahora somos meras molestias: presencias físicas sudorosas en el asiento contiguo del tren, voces lastimeras o exigentes al otro lado del cristal de la ventanilla, correos electrónicos o llamadas telefónicas inoportunas y acuciantes… Nos hemos transformado en un incordio, en un asedio minúsculo pero persistente, en un perjuicio que no cesa. 

¡Somos, nosotros mismos, tan fascinantes e independientes! ¿Cómo va a interesarnos mirar alrededor? El dinero –su desesperada obtención, su aplicada acumulación, su astuto cultivo– refuerza esta imagen nuestra de valor individual y de poder legítimo.

La cultura, en cambio, se entrega a hombres y mujeres para que, sin blindaje ni aspiración de lucro, vean y se vean.
 

Comentarios

  1. Como en el viejo chiste:

    -Buenos días, ¿cómo estás?
    -¡Pues anda que tú!

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  2. No deje comentarios, Harry, que molesta.

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